El secreto de Leonor de Aquitania by Cecelia Holland

El secreto de Leonor de Aquitania by Cecelia Holland

autor:Cecelia Holland [Holland, Cecelia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2009-12-31T16:00:00+00:00


21

El caballo bereber era ágil como un gato, testarudo y revoltoso. En cuanto Petronila se subió a su grupa, la arrojó al suelo.

Se golpeó con fuerza sobre la hierba, cayendo con las manos bajo su cuerpo. Tuvo la sensación de que el estómago le seguía rebotando incluso después de que el resto de su anatomía se hubiera detenido. De Rançun estaba tranquilizando al caballo gris.

—Conseguiremos otro caballo.

—No —dijo Petronila. Se levantó del suelo, se sacudió el polvo que le cubría de pies a cabeza y se dirigió hacia él y el caballo. Para practicar, se habían ido hasta las afueras de la ciudad, a una pradera que se extendía entre los bosques, donde no hubiera testigos. Allí sólo haría el ridículo ante ella misma. Y ante de Rançun, al que ya conocía.

El caballo le lanzó un resoplido mientras movía inquieto las orejas hacia adelante y hacia atrás, y sus ojos emitían un fulgor cargado de malévola satisfacción, como si acabara de hacer algo prodigioso. Luego sacudió su larga crin blanca y volvió a resoplar. Ahora que sabía que podía arrojarla al suelo, lo volvería a intentar en cuanto le fuera posible. Petronila dijo entre dientes:

—Lo voy a montar… ayúdame.

Luego pensó: Si no soy capaz de montar este caballo, no seré digna. Ni siquiera pensó de qué podría ser digna, en caso de que pudiera serlo.

De Rançun contestó:

—Apuntad con los talones hacia abajo y mantened la cabeza erguida… Yo estaré sujetando las bridas en todo momento.

La aupó sin esfuerzo hasta lo alto de la silla y Petronila pasó una pierna por encima de ella, tirando tras de sí de las faldas mientras se sentaba a horcajadas, algo que no había vuelto a hacer desde que montaba en su poni cuando no era más que una niña.

El caballo volvió a brincar y la sacudió hacia adelante, pero esta vez estaba preparada y, mientras de Rançun sujetaba la cabeza del corcel, Petronila se pudo sostener, metió los pies en los estribos y mantuvo los talones apuntando hacia abajo. De Rançun colocó las riendas debajo de la barbilla del animal, hablándole con voz firme y tranquilizadora, mientras el caballo danzaba y trataba de avanzar, con las patas ligeras como las de un ciervo. Luego, Petronila cogió las riendas.

—Déjalo suelto.

—Mantenedlo tranquilo. ¡No dejéis que levante el hocico! —dijo de Rançun, mientras se dirigía hacia su caballo negro.

Bajo el cuerpo de Petronila, el caballo bereber saltó hacia adelante, veloz, suave y poderoso. Ella lo rodeó, tocando con su pierna el costado del animal y tirando hacia sí de las riendas, de tal modo que el animal tuviera que flexionar el cuello. Mientras le hacía avanzar en círculos, ella le obligó a llevar un lento y apacible trote. De Rançun cabalgaba a su lado y el caballo bereber se asustó violentamente, haciendo que Petronila perdiera de nuevo el equilibrio sobre la silla y el animal echara a correr.

De Rançun galopó a su altura durante unos momentos y luego se quedó rezagado. Petronila consiguió recuperar la estabilidad sobre



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